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La Sombra De Isis

El entierro

<b>El entierro</b>

Capitulo 1

 

Aquello parecía un circo. Una multitud de gente hablaba sin parar, aunque curiosamente no se oía nada. Era como una película muda, en la que ves que la mueven las bocas, pero no oyes nada.

Pocos lloraban. Los llantos se calmaban tras los saludos y las horas hacían que las conversaciones fueran por otros derroteros. Después de todo, aquello era como las bodas, bautizos y comuniones, una ocasión para verse los que nunca se ven.

Entre aquella multitud, llegó alguien se acercó, y el sonido volvió a esa absurda película.

-          Hola Nines.

Oí a Paula, sentada a mi izquierda, contar lo mucho que sentía no poder dejar de contar chistes y reírse, era algo que le sucedía desde pequeña y le había traído más de un problema, pero los velatorios activaban ese “humor suyo” que no solo hacía que ella se riera sino los que estaban alrededor.

Por otro lado a la izquierda, Juli y Luisa comentaban, que tantas horas y tanta gente empezaban a soltar olorcillos cuando separaban las piernas, todo esto mientras se aguantaban una sonora carcajada.

Las tías de la Vila, tenían un picnic de velatorio bien organizado y la gente ya se iba acercando a reponer fuerzas, tomando calditos, cafés y bocaditos varios.

Me levanté y me fui con el Charlie a buscar a mi hermana, fuera de aquella sala.

El pasillo estaba también inundado de gente, no paraban de llegar.

Por un momento pensé que si el finado levantara la cabeza y viera a aquella gente, los hubiera mandado a todos a tomar por culo de allí.  No le gustaban los extraños y allí había poca gente conocida o íntima de él. Casi todos los presentes eran  amigos y familiares de los vivos.

Los compromisos sociales, de todos los hermanos, compañeros de trabajo de ellos. Amigos de los padres, familiares con los que él no mantenía ningún tipo de contacto y los pocos amigos eran más amigos míos y de su mujer que de él mismo.

Solo había un amigo suyo, un amigo de la infancia que se libró de las drogas, los demás, sus amigos de chute, no van a velatorios.

La presencia de sus suegros, me revolvió aún más el estómago. Él por lo menos se comportaba, pero ella tenía una cara de satisfacción digna de ser partida. Supongo que si fuera mi hija la que está casada con alguien como el finado, yo pondría la misma cara, pero tendría la decencia de no ir a enseñarla en su velatorio.

A la noche, quedó por fin, solo la familia. Larga familia, pero familia al fin y al cabo. A veces entraba en el cuarto donde estaba la caja, solo para comprobar que no estaba dormido, para convencerme que estaba muerto, que la gente dormida no se echa una siesta dentro de un ataúd. Con las horas, se le  empezó a hinchar un labio y parecía que tenía una calentura, pero seguía siendo él, ahí tranquilo, por fin tranquilo.

Capitulo 2

Dos días antes, la mañana se levantó rara. Yo me encontraba inquieta, pero ese era mi estado natural últimamente.

Cuando me estaba vistiendo, vino Javier y me dijo, sube al chalet de tus padres, ha llamado Sole al hospital y le han dicho que está mal, que vaya para allá.

El viernes habíamos ido a verle al hospital y ante su mejoría decidimos ir el fin de semana al chalet, que últimamente andaba muy abandonado. Y de repente, esto, había empeorado, tanto como para avisar que fuéramos todos.

Decidimos recoger todo, comer algo rápido y dirigirnos para allá. Llevamos a la peque a casa de los padres de Javier, allí mi suegro me dio casi el pésame, me contrarió, nadie dijo que se estuviera muriendo. Que tonta, aprendí luego a ver que la gente mayor muchas veces sabe lo que dice.

Cuando llegamos al hospital, mi padre se había ido para casa ya. Se despidió de él pero no pudo quedarse a ver como se moría. A mí me pareció fatal que hiciera eso mi padre, pero nunca pudo con los hospitales y así traté de convencerme de que no estaba tan mal, sino mi padre no se hubiese ido.

No podía respirar, tenia puesta una mascarilla de oxigeno, que se quitaba constantemente, para tratar de hablar. Respiraba con el estómago, éste se hundía entre las costillas, tan marcadas, para tratar de expulsar el poco aire  que había entrado.

Una de las veces que se quitó la mascarilla, me pidió un cigarro. Le contesté que con la mascarilla no podía fumar y no aguantaba mucho sin ella.

Entrábamos y salíamos de la habitación en grupos, para no cargarle. A su compañero de habitación le estaban trasladando a otra y tenía un ataque de histeria en el pasillo, aquel inmenso y largo pasillo.

Mi madre lloraba y decía:

-          Cuantas veces he visto esto y ahora me toca a mí.

Unas madres la consolaban, como ella había hecho tantas veces con otras.

En la planta cuarta eso era el pan nuestro de cada día. Los enfermos de SIDA.

Las enfermeras le seguían dando medicinas, una de las veces al tomar unas pastillas, casi se ahoga del todo. A las dos horas, volvió el turno de las nuevas pastillas.

Estábamos en la habitación en ese momento Javier, mi madre y yo. Mi madre dijo que se salía que antes lo había pasado muy mal, yo decidí quedarme con ellos. Javier le incorporó para que pudiese tragar mejor las pastillas y a mí me entró terror y decidí salir.

Un minuto después entro un médico y otras dos enfermeras. Salió Javier, me dijo se ha muerto. Los médicos y enfermeras entraban y salían. Yo pensé que lo salvarían, pero no fue así. A los cinco minutos salió un doctor que nos confirmó que había fallecido.

Yo me enfadé, dije que porque le habían dado las pastillas, pero Javier me confirmó que se murió antes de que la enfermera se las pusiera en la boca, al tenerlo en brazos, según le incorporaba, noto que se fue, no llegó a abrir la boca.

Al rato nos dejaron pasar, estaba tumbando en la cama, tranquilo, por fin tranquilo. Ya no luchaba por respirar, ya su estómago no se hundía en las costillas pareciendo que se iba a caer por el otro lado de la cama. Y su tranquilidad, me tranquilizó. Ya no sufría.

Volví a tratar de localizar a mi hermana mayor, que no habíamos encontrado aún.

-          Vente para el hospital. Dije cuando me cogió el teléfono.

-          ¿Está peor?. Me preguntó.

-          Si, está peor, vente para el hospital.

-          Pobrecito mío. Ahora mismo vamos para allá.

El teléfono que usé estaba al lado de su cama, di el mensaje mientras le miraba muerto, tratando de no demostrar la tristeza que me invadía según le miraba. No había desesperación porque él ya no sufría.

 

Capitulo 3

La mañana del martes día 4, al salir de aquel sótano, donde tenía la sensación de llevar media vida, me sorprendió la actividad.

Fuimos a desayunar a un bar cercano del hospital, la gente hablaba, reía. Las noticias seguían su curso. No se habían dado cuenta aún de que el mundo se había detenido, todo se había parado y nada importaba. Pero claro eso sucedía en mi interior, por eso no lo veían y por eso el choque para mí era tan grande.

A las 10 nos dijeron que fuésemos saliendo para el cementerio que ya se lo iban a llevar.  Los últimos en ir para los coches, fuimos mi hermano mayor y yo. Yo no quería irme sin ver como cerraban la caja. Entonces, cuando llegó el empleado de la funeraria me acordé, de lo que mi padre llevaba dos días diciendo.

-          Que no se nos olvide taparle  la cara, tenemos que traer un pañuelo o algo para taparle la cara.

Al ir a cerrar la caja, grité que parara. Mi hermano me miró extrañado, preguntándome que me pasaba.

-          Hay que taparle la cara. Dije.

-          ¿Por qué? Me preguntó

-          No lo sé, pero papá insistió mucho en eso, así que hay que taparle la cara.

-          Pues nada, si papá lo quiere, que se la tapen.

Así que le echaron la sábana que le cubría el cuerpo y dejaba ver la cabeza, también por encima y le taparon la cara. Entonces cerraron la caja.

Yo iba al cementerio en uno de los coches de duelo que la aseguradora pone al servicio de la familia. Estaba sentada al lado de mi madre y mi padre. Le dije a éste último, muy bajito, que nos habíamos encargado de que le taparan la cara. Mi padre no dijo nada.

En el cementerio había más gente aún que en el velatorio. Hasta el director de la empresa donde yo trabajaba entonces, un señor con el que me llevaba a matar, pero claro todo es un acto social y tenía que estar allí.

Al terminar el entierro, no sé como los familiares directos terminamos en una fila, donde la gente pasaba a darnos el pésame. Había una fila enorme, en un momento dado llegó mi suegro me besó y me abrazó, aprovechando con ese abrazo para sacarme de esa fila y depositarme en los brazos de Javier, mi entonces esposo, lejos de ese pésame infernal.

Al salir del cementerio, de vuelta a casa de mis padres, donde por aquel entonces vivía mi hermano, el muerto, recuerdo que pensé “Ahora ya sabemos dónde estás”, pensamiento producido por las tantas veces que él desaparecía y vivíamos pendientes de un teléfono.

La sensación de alarma al sonar el teléfono, duró más de un año después. Seguía cogiéndolo sobresaltada, por si eran noticias de él. El tiempo eso, también lo borro.

Pero nunca, se borrará su recuerdo. Nunca en los que le recordamos, nunca en la sangre que lleva su hija, aunque no sus apellidos. Nunca en los genes que la dibujan su cara tan igual a la de él. Él vivirá por siempre.

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